jueves, 3 de diciembre de 2009

Recuerdos

Descolgó la cantera del perchero, y fue hasta la cocina por la última factura que quedaba. Agarró las llaves y abrió la enorme puerta de madera, cuando se dio cuenta de la previa llovizna. No llevó paraguas, estaba dispuesto a mojarse.
Del techo caían pequeñas gotas, todo el parque humedecido. Decidido cerró la puerta y caminó hasta la entrada. Estaba apurado por llegar al centro.
Una parejita de jóvenes chicos pasaba por la vereda de enfrente, muy curioso los observaba. Ella, con sus rulos voluptuosos venía riendo. De alegría, orgullo, si la veía muy contenta; él sonreía con discreción mientras la observaba detenidamente. Sus ojos brillaban. Se podía sentir el amor.
Sacó la mano, ya un poco transpirada, de adentro del bolsillo de la campera, miró la hora en un bonito reloj roto, color azul. Apresuró el paso por la vereda angosta de la calle D´Elia. Ya perdido en sus pensamientos, esquivaba los pequeños charcos en el suelo, a pocos metros de la parada del colectivo. Una fría ráfaga de viento sopló en su cara. Le recordó aquel día tan helado, cuando era completamente feliz, abrazándola, besándola, siendo su compañero. Esos días terminaron, quiere que vuelvan, hace todo lo posible, pero ya no regresarán.
Se sienta en el duro banco de cemento, esperando el colectivo. La imagen de la dulce sonrisa de aquella chica vuelve, aquella chica que ya no puede llamar suya, aquella chica que debe considerar una amiga. Ella, que tiene otro amor, que se olvidó tan rápido de sus besos. ¿Cómo pudo caer en tan hermosa mentira? ¿Se le puede llamar mentira a lo que ellos vivieron? Quizá simplemente con tan sólo desearlo no podía ocurrir.
Tan hermosa, tan divertida, tan perfecta, tan llena de vida. Extrañarla, lo hace amarla aún con más fuerzas.
Divisa el colectivo a una cuadra, con tanta niebla se le hace dificultoso ver. Se pone de pie, y sube al colectivo detrás de una señora mayor con un enorme tapado violeta. Observa al chófer, luego a la gente sentada; estaba casi vacío. Encuentra un asiento en la parte trasera y se sienta.
Sólo en la mente permanecen, sus palabras y sus te amo. Recuerda el día en que la conoció, desea volver el tiempo atrás. Quisiera saber qué fue lo que hizo mal, algo que no haya sido suficiente. Le entregó todo su amor, podría dar la vida por ella, por un último beso, por volverla a tener. Una lágrima cae lentamente por su mejilla. La culpa es suya, por quererla tanto, por amarla así. Quisiera poder olvidarla, pero ella tiene algo que lo estremece con sólo mirarlo. No existe alguien que lo haga sentir igual. Rápidamente, ocultando ese signo de tristeza, no de debilidad, seca esa lágrima, que no es una lágrima cualquiera. Es una de esas lágrimas que lo significan todo. Es sencillamente la demostración de tristeza, de derrota, de no poder tenerla, de haberla perdido. De sentir que nada tiene sentido si ella no está a su lado.
Faltaban dos cuadras, ya estaba en el centro. En la plaza precisamente. Se acerca hasta la bajada y aprieta el timbre suavemente. Levanta la vista. Sus dos amigos lo esperan sonriendo. Baja con mucho cuidado, y con sus ojos tristes. Deseaba que ella estuviera esperándolo, pero sabe que no era así.
La vida continúa, nadie sabe si será dura o fácil, sólo continúa. Sonríe. No esperando que ella regrese en busca de su amor, el verdadero amor. Sino deseando encontrar la felicidad a pesar de la fría mañana.

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